sábado, 3 de julio de 2010

SOCIEDADES ATRAPADAS. INDIA.



Magnifico y enorme país que por si solo podría ser un continente. Nos empapa la piel, nos muestra mujeres, hombres y niños como nos gustaría ser, humanos, valientes, con defectos honestos. Con poco se bastan, una habitación, un plato, sus colores, y todos los suyos, hasta de ti mismo se apropian en su velo, en su seno, en su actitud; se te ofrecen en lo que para ti seria su pobreza y no ¿Cuántas propiedades soportan tu espalda? Cuanto amor se sacan de dentro, y te sientan, y te saltan, y te corren, y te beben, y te lavan, hasta te descalzan.
Te presentan a su primo con quien desayunas en el poblado de su suegra que te conduce hasta su hermana y en elefante llegáis a Top Puc donde su madre marca tu frente y sus hijos te pierden en sus abuelos y fumas, cantas y bebes en la boda de Stantra y Requeili Tundra , y sus amigos te arrastran de brazos y pies, todos te quieren coger; pero un patriarca te devuelve a quien hasta aquí te trajo, y de nuevo te sientan y te saltan para otra vez comenzar el viaje que durara diez días de festejos por el nacimiento de un varón. Alegría, jolgorio, canciones y futuro. También hemos preguntado por el nacimiento de una niña; la respuesta es silencio, olvido, descuido. Sigue la fiesta, cascabeles, panderetas; pero insistimos ¿y esa niña nacida, cuando la celebramos? De nuevo se acerca el patriarca, nos indica un rincón alejado, nos guía por un sendero que desciende a un patio desolado, remoto, escondido entre la maleza; se sienta bajo una palmera, nos invita, nos señala el espacio vacío, en la sombra, en silencio. Tiende una tras otra sus palabras en cada soplo de aire que anuda y empuja, caen desvanecidas, pesadas, rotas, traspuestas, con miedo, asustadas, una tras otra cosidas, acidas como limones de amarillos amargos que atropellan tímpanos, violentan ideas, estrellan voluntades; y aparece la rabia, se escapa la educación, entra la ira, aniquila nuestra compasión, desaparecen las castas, las fiestas, sus monumentos, ese apego intimo correspondido, marcado en las idas y venidas de sentimientos vírgenes en avenidas libres que han transportado las horas como semillas arqueadas para pasar de unos a otros en un arca de Noé, en la razón del hombre agnóstico, en el corán, en los sólidos argumentos científicos, en los pasajes ortodoxos , en los adolescentes aturdidos . Como semillas arqueadas de norte a sur, de este a oeste, pasando de labradores a funcionarios, de militares a potentados, de escuelas a hospitales, de universidades a templos, contentos, amables, en incienso, en olores, en conciertos a madre selva, a bambú recién tallado, a plátanos regados de miel fundidos en pomelos verdes con fresas cortadas en pinos enanos buscados para la ocasión, montados en nata sin huevo mezclados con nueces traídas de Australia, rebozados de dátiles tunecinos con hielo de Nevada salteados de gotas con leyendas sacadas de Hungría, y nos juntamos en la ultima cena sin trece de cuencos con coco y corteza de cedro masticando culturas, cómodos, sin recelos, multiplicando por tres el deseo de volver, de enseñar a los amigos de la ciudad los regalos traídos de india empacados en hojas de higuera, atados con lianas, sellados con puntos de frentes gravadas en la memoria. Infinitos rostros como fotogramas recién revelados surgirán cuando abran las cajas con luz de peces fosforescentes y salten las truchas en huchas, escuchas, y convierten tus cosas, tu casa, los tuyos en suyos y ustedes con ellos, y todos ahora somos india.
¿Y cuándo la celebramos a ella? Y caen desvanecidas, pesadas, rotas las notas, silbadas de unos labios mordidos, secos, apaisados desde sus antepasados, derrotados, colmados por quien les decidió equivocado, obligados a la entrega de la dote.
Más bien ruina mordaz –responde el patriarca.
Ruedan los dados.
Se paran en dos, de canto. Les hierven los cuerpos, no hay elección, nos hunden la vida –critican los amantes.
Se quedan cuadrados, de lado. Les deja la suerte, lamentan la ida, nos rompen la casa, –dicen los padres.
Se salen en doce, de costado. Les tiemblan las manos, cansados y en punto, estorbamos en todo –los ancianos doblados.
Y nos aparece la rabia, zumba. Tremendas tiemblan las fuentes, dementes nuestras frases se escapan, golpean de frente a costumbres de siempre, que hieren, que pasan, arrasan el esfuerzo, las joyas, las ganas, el plato, la cordura, las camas. Nada se escapa, nada les deja, ni miseria ni hambre, queda la vida vendida, embalsamada, entera rellena de nada, de muerte que tira de huesos quebrados que suman y saben a polvo encerrado con humo quemado. Yertos, sembrados, ya hartos se mienten, nos tientan, pastan en lodo, en cámaras fúnebres.
Llevémosles a Grecia, al Partenón, devolvámosles la cuna a sus niñas, las mismas donde nacieron madres robustas, ilustres políticas, doncellas amables, maduras arquitectas, intrépidas comerciantes, audaces cazadoras.
Mostrémosles la biblioteca de Adriano, olvidemos la ira. Encontrémosles arriba en la cima, en Atenas, en la Acrópolis, reposo en los baños en túnicas de seda, démosles criterio, capacidad, momentos sin tiempo ni espacio que limiten el progreso hacia ellos mismos, libres de lastres plegados, inculcados a golpes de voces escogidas y aderezadas en opulencia; buscadoras de debilidades ajenas. Consecuentes, conscientes en su tarea de alistar a sus cuentas cincuenta aldeanos sabrosos, tentados, ávidos de pecados, de doctrinas que dominan y minan los pasos, los actos.
Enseñémosles a nuestras hijas, sus logros, las leyes que idearon, las estatuas que moldearon, la pasión con la que amaban, sus pechos erguidos, sus muslos envidiados, como alimento los trofeos cazados.
Mujeres sensatas que han elevado e iluminado hasta hoy a los hombres. Y al trote la dote las huye.

Iñaki Rd.

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