De los anuncios publicitarios podemos elegir coche, cirugía estética, bebidas gaseosas, cambiar la melodía del teléfono móvil,..., pero ayer me habló la conciencia:
-¿Qué es lo que deseas realmente?...
Antes de elegir el coche deportivo, el refresco, o quitarme grasa de la cintura, otra voz dentro de mí se me adelantó y contestó:
- ¡Quiero Felicidad!
A partir de ahí me senté delante de la televisión e intenté ver la felicidad que ofrecía cada anuncio:
Si me compro el coche nuevo tendría un manojo de felicidad con caducidad a los pocos años. Si opto por un refresco, la felicidad pesaría un cuarto de hora...
Pasado un buen rato, me di cuenta que la felicidad no se podía vender por manojos, en kilos o en paquetes indivisibles, sino por tiempo. Entonces pensé:
Si me bebo un refresco cada cuarto de hora durante dos años, no alcanzaría la misma felicidad que tener el coche nuevo durante el mismo tiempo.
Aquí me di cuenta que la felicidad poseía la cualidad de variar en grado.
Tratando de enfocar esta faceta pensé y pensé, hasta que asomado al balcón vi pasar el coche de mis sueños. Entonces lo comparé con el mío, para acabar mi posesión convertida en algo mucho más insignificante que segundos antes, y así descubrí que el grado de felicidad que tenemos podemos valorarlo por Comparación…
Y comparé mi casa, mi trabajo, mi perro, mis ahorros, mi cuerpo, incluso a mi mujer, con los ideales comunes que se imponen en la sociedad materialista de consumo en la que vivimos; esos ideales que son constantemente fomentados por la televisión y todos esos anuncios publicitarios dispersos por cualquier parte de nuestro entorno ciudadano…
Cabizbajo y amargado me senté de nuevo delante de la caja tonta; del televisor... Para en esta ocasión en vez de buscar la felicidad oculta tras las cosas, poder encontrar algún anuncio, sobre algún método que me llevase a dejar de comparar.
(Incluido en libro: EL BUSCADOR DE LA FELICIDAD. La evolución del Ser. Parte 3)
¿QUÉ LE ESTÁN ENSEÑANDO A NUESTROS HIJOS LA TELEVISIÓN?...
Isaac Fernández de la Villa.
-¿Qué es lo que deseas realmente?...
Antes de elegir el coche deportivo, el refresco, o quitarme grasa de la cintura, otra voz dentro de mí se me adelantó y contestó:
- ¡Quiero Felicidad!
A partir de ahí me senté delante de la televisión e intenté ver la felicidad que ofrecía cada anuncio:
Si me compro el coche nuevo tendría un manojo de felicidad con caducidad a los pocos años. Si opto por un refresco, la felicidad pesaría un cuarto de hora...
Pasado un buen rato, me di cuenta que la felicidad no se podía vender por manojos, en kilos o en paquetes indivisibles, sino por tiempo. Entonces pensé:
Si me bebo un refresco cada cuarto de hora durante dos años, no alcanzaría la misma felicidad que tener el coche nuevo durante el mismo tiempo.
Aquí me di cuenta que la felicidad poseía la cualidad de variar en grado.
Tratando de enfocar esta faceta pensé y pensé, hasta que asomado al balcón vi pasar el coche de mis sueños. Entonces lo comparé con el mío, para acabar mi posesión convertida en algo mucho más insignificante que segundos antes, y así descubrí que el grado de felicidad que tenemos podemos valorarlo por Comparación…
Y comparé mi casa, mi trabajo, mi perro, mis ahorros, mi cuerpo, incluso a mi mujer, con los ideales comunes que se imponen en la sociedad materialista de consumo en la que vivimos; esos ideales que son constantemente fomentados por la televisión y todos esos anuncios publicitarios dispersos por cualquier parte de nuestro entorno ciudadano…
Cabizbajo y amargado me senté de nuevo delante de la caja tonta; del televisor... Para en esta ocasión en vez de buscar la felicidad oculta tras las cosas, poder encontrar algún anuncio, sobre algún método que me llevase a dejar de comparar.
(Incluido en libro: EL BUSCADOR DE LA FELICIDAD. La evolución del Ser. Parte 3)
¿QUÉ LE ESTÁN ENSEÑANDO A NUESTROS HIJOS LA TELEVISIÓN?...
Isaac Fernández de la Villa.
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