viernes, 8 de julio de 2011

Nota desde Asia. Mi tercera patria.


Por tierras Tailandesas a los pies de un mercado local de Chiang Mai nos descubrió, solo fue que se volcó un hechizo hasta unos labios que se bebieron su alzada ternura de estar y significar aliento en estado puro.


Con ella se quedo mi alma junto a su postura anoréxica harta de vida cuando todo lo bautizó con su rostro inmaculado desde unas pupilas exiliadas.


Besemos por siempre sus manos doradas que nos abren el mundo donde se queda a la espera recostada a la altura de tu cintura para poder acoger la bondad de una silueta al pasar en cada mañana.


Instantánea que hiere y consume esos sentimientos contrarios encontrados fuera de todas las fronteras. Son sus facciones las que más aun amo desde estas miles de millas que nos dividen las ganas por abrazarnos.


Es de ella de quien no tengo ni una vocal que la defina para ubicarla sobre el más bello altar de una urbe que se cobija bajo la sonrisa que nos entrega desde su estancia en esa misma calle que sus huesos recorren al despuntar en cada despertar.


Son sus pasos como silencios impenitentes aclarados en el viento desde Chiang Mai ahora reposados sobre las alturas del Doi Suthep donde emigran empujados en el tiempo de los días hasta que se vienen libres a mi memoria en esta ciudad condal que me tiene preso. Añoro tanto volver a escapar en sus curvas desde sus rodillas hasta todos sus pies sobre un suelo que tiene su forma, y a tres palmos se le levanta ese corazón oceánico como un tsunami de amor que irradia coraje e ímpetu sobre todas nuestras quejas ancladas al hambre cuando nuestras alacenas están llenas.


Hoy me derrumbo y me ato a otro camino, elijo otro rumbo, hoy me giro hacia mí, me abandono, cuelgo sobre el vestidor los atuendos que me he regalado hasta todos mis años.


De a poco a poco tendido me esposo a sus austeros hábitos que son los que quedan y cogen bajo un palmo de tierra acostumbrada a lo humilde pues no hay nada más bajo la piel.


Yo te celebro, honro tus gestos desde este cielo y asumo mi arrogancia estéril y mísera por donde quiebran y amartillan estas palabras las cenizas que hoy arrojo y exonero frente a la eternidad infinita que vacía todos los cuencos hartos de soberbia sin espacio para los nombres.


Dan testimonio y fe las Meigas desde un norte apaisado entre furias que desatan inviernos de arena y cal.

Ella es todo lo que deseo, no anhelo más.
IRD.

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